Encajar en el mundo democratico (Parte I)… Fitting in a democratic world (Part I)

Un chico distinto, no apto para la democracia...

A veces se preguntaba porque no encajaba en el mundo. Desde muy chico sus gustos no eran como los de los demas, no eran como los de la mayoria. Con el tiempo, creciendo, tambien se dio cuenta que no encajaba, que la mayoria de los gustos y actividades de los demas no le parecian agradables, o correctos, o incluso bellos. Esta sensacion, como decia, siempre la tuvo, y sigue ahora, ya con casi 50 años a cuestas. A los 8 o 10 años le gustaba jugar al futbol, pero no le gustaba mentir o la picardia para ganar, asi como no le gustaban las malas palabras o la violencia en general. La mayoria de los chicos del barrio eran algo violentos, mal hablados y no mostraban mucho interes por leer o por juegos como el ajedrez. Si bien disfrutaba los partidos de futbol y las figuritas, tambien disfrutaba mucho leer, libros como los de Ray Bradbury, El Tony, o simplemente recorrer las infinitas paginas de las Enciclopedias que su papa le habia comprado. Tambien le gustaba la musica, especialmente la musica clasica y mas que nada Bach. Con el tiempo, ya adolescente, gustaba de Led Zeppelin o Emerson, Lake & Palmer y no podia entender como a alguien podia gustarle Palito Ortega o Sandro. Por supuesto que le gustaban las chicas y tampoco podia entender como a alguien «hombre» podia gustarle otro hombre, siendo las chicas algo tan hermoso, especialmente aquellas con ojos claros y pelo largo. Y especialmente por su voz y sus gestos asi como su piel.

Esa tendencia a pensar las cosas, a ensimismarse (como diria Ortega y Gassett), a leer, a jugar al ajedrez lo habia hecho algo timido y tenia cierta dificultad justamente para acercarse a esas chicas que le gustaban o, a veces, para enfrentar a alguien o para negarse a hacer algo que consideraba desagradable o injusto. No obstante, en mas de un caso, tuvo que pelear y dar y recibir en esas peleas tipicas de esos barrios mendocinos, entre calles y canchas de futbol de tierra eterna. Pero, cuando podia, desaparecia donde la violencia parecia avecinarse y no encontraba nada mejor que leer o escribir historias en una Olivetti chiquita que le habia regalado su tia, la que le habia enseñado a leer a los 3 años.

Asi fue creciendo entre tardes de futbol, veranos calurosos sin pileta pero con zanjones, libros de ajedrez, revistas con chicas semidesnudas, partidas de estanciero, maquina de escribir, Enciclopedias o libritos de Ciencia Ficcion, puros diez en la escuela y la famosa bandera en sus hombros en los actos.

Pero no se sentia feliz, no pertenecia a los grupos; la mayoria iba por otro lado, sus gustos eran distintos, no les gustaba leer o preguntarse cosas y menos escribir . Cuando mas sufria era en las reuniones con mucha gente, donde todos trataban de ser graciosos o hablar cosas sin sentido, cosas de todos los dias que a el le parecian poco profundas.

Hasta que un dia descubrio algo…

Ajedrez y Anna Frank, obsesiones de juventud- Chess and Anna Frank, obsessions…

El tiempo de la libertad se ha acabado... Time of freedom is over...

Hace unos días estaba limpiando mi ático lleno de cosas viejas y me tropecé con un viejo manual escrito por Tartakower, de Editorial Sopena. «La moderna partida de ajedrez- juegos abiertos» rezaba la tapa toda ajada, llena de polvo. Como suele ocurrir en estos casos, me senté en medio del desorden y me puse  a recorrer esas hojas todavía casi intactas y con algunas marcas que yo hice hace ya décadas, recordé mi juventud y como en esos tiempos, sucumbi, ademas de a las ideas de izquierda, al ajedrez. Me había comprado los tres tomos de Tartakower que había encontrado en una libreria de la calle San Juan de la ciudad de Mendoza. Me había comprado varios tableros y piezas y estudiaba horas y horas con dos o tres tableros. Habia llegado a la conclusión que el Gambito de la Dama era la mejor apertura y estrategia y siempre la trataba de usar, estudiar y desentrañar. Visitaba asiduamente el Club de Ajedrez en la calle Salta así como disfrutaba partidas en el Club Gimnasia y Esgrima. Represente a mi Facultad en torneos y participe en algunos. Me encantaban las partidas «ping-pong» con amigos y sobre todo leer y aprender. Recorde miles de situación y anécdotas: quedarme en casa estudiando ajedrez en lugar de salir, o jugar una partida importante con un calor terrible, o una visita que hizo Bobby Fischer a Mendoza y jugo simultaneas en la famosa Galería Tonsa.

Me preguntaba mientras miraba esas hojas viejas: que me había impactado tanto del ajedrez? porque me apasionaba leer sobre la vida de ajedrecistas famosos como Capablanca o Fischer? Porque era tan difícil desentrañar los misterios de ese juego? como es posible que algunos cerebros sean capaces de calcular y elaborar jugadas tan maravillosas como las que uno encuentra en esas partidas memorables del cubano o el yanqui. Todavía me lo pregunto y no encuentro la respuesta. Algo parecido me había pasado con la historia terrible de Anna Frank en aquellos días. Me había obsesionado el tema, la tragedia imposible de evitar, el destino marcado de esa chica y su familia (excepto su padre Otto), su diario, sus palabras, sus fotos, la denuncia de alguien que los mando a la muerte en esos infiernos nazis. Durante mucho tiempo me preguntaba como haber podido evitar esa suerte negra. Imaginaba salidas, escapes, aliados que llegaban a tiempo. Imaginaba que Anna y su familia se iban a otro país en lugar de a Holanda. Y eso me llevo a leer y estudiar el Holocausto, a visita museos, etc. Y así con el ajedrez, imaginaba jugadas, aperturas, posiciones, soluciones a problemas y nunca podía encontrar todas las respuestas. Asi como era imposible lograr encontrar una solución para que Anna se salvase de esa suerte y de esa muerte a manos del tifus, hambre y piojos.

Digamos que el ajedrez y Anna Frank fueron algunas de mis obsesiones de juventud. Representaban lo imposible, lo insalvable, lo trágico, el misterio imposible de develar, el problema insoluble, la perfección nunca alcanzable.  Afortunadamente, llego un momento en que logre liberarme esas obsesiones. Deje el ajedrez y trate de no pensar mas en el Holocausto. Era libre, podía convivir con la imperfección, había entendido la vida como el reino de lo posible y no lo perfecto. Mi mente no podía aguantar mas el terrible peso de la lógica de ese juego enloquecedor así como la historia tal vez mas terrible jamas contada de Anna…   Los años, el trabajo, los viajes, etc., me fueron alejando y salvando aun mas y me permitían navegar en el mar de las imperfecciones, tan hermoso… Ese juego mágico e increíble, así como la tragedia Nazi me habían dejado ir, seguramente para bien. Hasta la semana pasada en que los fantasmas volvieron, volví a desempolvar mis viejos tableros, busque mas libros, encontré aquella joya de Grau y algunos otros… Volveré también al Holocausto? Se habrá acabado mi libertad? Habre comenzado otra vez la búsqueda de la perfección?